Azul (enero 2016)

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Era un día cualquiera, un martes, y había salido de la oficina a media mañana para dar un paseo y airear mi cabeza llena de números y apuntes contables. Detestaba mi trabajo de oficinista, y a menudo cedía a la desazón por escapar unos minutos del despacho. Lo cierto es que estuve a punto de pasar por su lado sin siquiera mirarla. Pero hacía aquel sol suave y amable de invierno, y ella estaba sentada en un banco delante del mar ondulado, y su cabello, tocado por el sesgo del sol, era tan azul que era imposible pasar de largo sin que te llamara la atención. Me paré ante ella, como imantada.

–       ¿Te importa que te mire? Jamás antes había visto un hada –me asombré a mi misma de oírme decir tamaño despropósito.

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Cuento de Navidad (Diciembre 2015)

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Marcela lo observa desperezarse, un día más. El hombre sabe que antes de las 7 y media de la mañana tiene que estar en la calle. Lo ve incorporarse con esfuerzo y revive su misma sensación de todas las mañanas al desentumecer su viejo cuerpo, pero es que el exceso de edad no perdona. A ella también le cuesta un mundo ponerse de pie. No quiere ni imaginarse cómo debe de ser dormir en el suelo sobre cartones. Un horror. El hombre es mucho más joven que ella, aunque aparenta tener siglo y medio sobre sus espaldas, es cosa de la herrumbre que da la calle.

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Y nada quedó en su lugar (junio 2015)

vendaval2«Nicole es una oronda figura femenina de –quién sabe- algo menos de unos 200 kilos, que se mueve con impostada gracilidad -cual mariposa de flor en flor- en sus reducidos y milimetrados dominios. Alta, ancha y mullidamente rellena. Nicole es la reina y señora de su pequeño mundo: una antigua almazara a espaldas de un viejo castillo que en otro tiempo debió de ser próspero y respetado, ahora en ruinas. Nicole adquirió el viejo molino de aceite –no vamos a preguntar cómo, aunque si insistís en saberlo os diré que Nicole no compró el viejo molino buscando en la v de viejo de una revista de compraventa inmobiliaria, tampoco buscó en la de molino, ni en el apartado de rarezas; el cómo adquirió la propiedad del viejo molino tiene más que ver con cómo adquirió también al que hoy es su marido, cosa que contaré más adelante-; decía que Nicole se apropió del viejo molino de aceite y lo restauró con ilusión y frescura, con bastante tino para ser una bruja desquiciada. Quizás entonces no era desquiciada, y sólo estaba en el camino de serlo. O quizás el desquicio en las brujas las hace parecer atinadas a nuestros ojos de humanos ordinarios. (…)»

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La esbelta bóveda gótica (marzo 2015)

«Durante años había conseguido mantener a raya la idea del suicidio, hasta ese día en que casualmente escuchó una conversación que no era suya. Fue una tarde a mediados de junio. Estaba, como tantas otras de sus anodinas tardes, en una pequeña cafetería del centro, leyendo un periódico y tomando su café. Entró una mujer, tendría cuarenta y tantos, quién sabe si los cincuenta. Había otra mujer en la cafetería en la que él ni tan siquiera había reparado, sentada enla bóveda una mesita al lado de la cristalera, a sus espaldas. Se saludaron efusivamente, como suelen hacer las mujeres cuando están en un lugar público, aunque se hayan visto dos horas antes. (…)»

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Un cabello rubio en mi colada (febrero 2015)

«Los fines de semana aprovecho para poner las lavadoras, normalmente dos.

En invierno lo hago pronto por la mañana. Las mañanas son soleadas y suaves. Las tardes son cortas y húmedas. Hasta las tres de la tarde la ropa se seca, a partir de entonces la ropa vuelve a humedecerse. Si me distraigo y me olvido de recogerla antes de que el sol se ponga, al anochecer la ropa vuelve a estar mojada, incluso más que cuando la saqué de la lavadora, y yo lo vivo como un desafortunado desliz. (…)»

oasis

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Mi taller

Bienvenidos a mi taller.

Aquí comparto aquellos cuentos o relatos en los que estoy trabajando y en los que me podéis acompañar y -si os apetece- ayudar.

Lora Zombie 2012Cuando escribo me ocurre que a menudo pierdo el norte. Sé cómo y por dónde empiezo, pero cuando acabo a veces yo misma desconozco el resultado, es como si me hubiera extraviado por el camino y de repente llegara a un lugar extraño, donde todo me es terriblemente ajeno e íntimo a la vez.

Cuando escribo, mi proximidad con el texto es tanta que soy incapaz de ver con claridad qué he hecho; qué es y qué dice aquella retahíla de palabras en danza que han salido de una conexión directa entre mi subconsciente y el papel. Y esa misma sensación de extrañeza propia es lo que produce un estado de enamoramiento que distorsiona cualquier realidad.

Necesito un espárring que me devuelva -como un reflejo en un espejo fiel y testarudo- la imagen real del texto. Que me diga cómo es realmente aquella criatura cuando la separo de mí misma, de mis pensamientos de mis sensaciones de mi mundo interior. Cómo y quién es en verdad mi relato, tu relato.

Gracias por aceptar ser mi espárring, en el caso de que lo hayas aceptado. La tarea del espárring es dura, pues nada te asegura que yo vaya a hacer caso de tus opiniones o sugerencias. Aunque lo cierto es que sí voy a hacer caso de ellas, pero el resultado que puedas observar no siempre te hará pensar que te haya hecho caso, a veces incluso puede ocurrir que lamentes haber hecho tu sugerencia, por el uso invertido que yo pueda acabar dándole.

Por ello, insisto, GRACIAS por aceptar ser mi espárring.

Un abrazo, y ya puedes pasar a mi taller, ¿te apetece un té, una infusión..?

Y si no vas a ser mi espárring… también puedes pasar y ver… vaaaaaaale, ¿que dices que también quieres un té? …

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