Cuando el verano llega a su fin toca hacer 2 cosas: decir en voz alta que ya estamos al final del verano -por si a alguien se le escapaba el notición- y recapitular qué hemos hecho en estos meses de ritmo alterado. El verano es tiempo para hacer aquellas cosas que no hacemos durante el resto del año y, en consecuencia, es tiempo para contar cuáles han sido nuestras proezas: en qué terrazas hemos cenado, qué libros hemos leído, qué extraordinario paisaje hemos visitado…
El tono de final del verano es un tono remember que oscila entre la nostalgia y el empacho. Sabemos que nos dirigimos -como un tronco empujado por la ligereza invisible de la corriente de un río- hacia las tristezas del otoño. Y, saciados como estamos por los excesos del verano -luz, calor, ruido, frenesí-, resulta casi infantil nuestra ilusión ante la llegada de los días oscuros y frescos, ventosos, de las largas tardes domingueras.
Así somos, siempre fascinados por la otra cara de la luna.
Este verano que ya se acaba he estado en Facebook. Nunca pensé que viajaría a Facebook. Pero lo he hecho. Por unas semanas he dejado atrás la calma y la penumbra de mi blog para adentrarme en el ensordecedor mundo de Facebook. Como un ermitaño que baja de su retiro y se enfrenta a la gran urbe: primero te fascina, enseguida te abruma. Más tarde -supongo- llegará la fase en que una le encuentra el punto, entra en el ritmo, y cuando quiera volver a la paz de mi blog me daré cuenta de que ya no sé vivir lejos de la vitalidad de ese Facebook hirviente.
Por de pronto he de decir que en Facebook he recolectado un buen puñado de amigos, probablemente más de los que en toda mi vida he sido capaz de aunar en vivo y en directo. Es cierto que a varios de ellos ni les conozco, aunque este matiz carece allí de importancia. Por la misma regla de tres he sido aceptada como amiga en entornos que no me corresponden y en los que nunca pensé que podría figurar.
También -como la fisgona entrometida que nunca he sido- me he paseado a gusto por las secciones de fotos de gentes que he recuperado de la ultratumba de mi memoria: compis de colegio que nunca más he tratado, profesores que en su momento desoí, relaciones de trabajo olvidadas… Hasta que he sentido el mareo espeso por el aburrimiento que esos buceos a ninguna parte me causaban, y he vuelto de nuevo a mi presente. Mi mundo actual es el que es, y mis intereses y afinidades son las vigentes. Parece que no se me quedó nada en el pasado, o por lo menos he aprendido a vivir sin ello.
¿Qué más he hecho en Facebook? Casi nada, más que despeinarme cada vez que me asomaba a sus concurridas avenidas. He puesto un par de likes por aquí, algún comentario por allá. Pero más que nada me he abrumado por la vorágine de voces que se entrecruzan desde todas direcciones. Al final, lo de siempre: tratar de distinguir aquellas voces con las que te sientes cómoda, y desatender al resto. Lo que de forma más o menos inconsciente ya hacemos todos en la vida para alejar de nosotros el trastorno de la locura.
Hoy he vuelto aquí. A la callada tranquilidad de mi blog, donde están mis amigos de hoy y algunos curiosos que poco a poco se han ido acercando y que he recibido con asombro e inmensa alegría.
Esta última mañana de domingo veraniego el cielo está encapotado, y el aire, cargado de humedad, trae algunos soplos de frescor, como anticipos de este otoño que a estas horas aún está por venir.
Bien llegada a la tranquilidad pues, qquizás podemos asociarlo a la calma del otoño?
😘
Si, si. El otoño nos inocula esta calma que tanta falta nos hace tras el verano!