(Hace unos días publiqué en mi blog esta entrada en catalán, permitidme que la publique de nuevo, ahora en castellano, pues así me lo habéis solicitado algunos de los que me seguís allende los ríos y allende los mares. ¡Un abrazo y gracias por estar ahí!)
No soy nadie. No soy de nadie.
Las banderas no me identifican y esta es mi tara. Ya que no soy de aquí ni de allá, y esto significa que tanto estorbo aquí como allá.
Aquí estorbo porque no estoy con vosotros. Allá estorbo porque no estoy con ellos. Y no estar con vosotros o no estar con ellos, automáticamente me envía al bando contrario al de aquél que me clasifica. ¿Dónde queda el espacio para los matices?
Hace ya tantos días que estoy triste, que siento que ya puedo decir que soy triste.
Soy triste porque sé que tanto da lo que yo diga, que lo importante es dónde me colocan unos y otros. Porque me doy cuenta de que, llegados al punto en que estamos, no cuentan amigos ni hermanos, solo cuenta si estás o no estás.
Soy triste porque a mi alrededor, personas que quiero y con las que cuento están presas de una euforia extraña, mientras que yo vivo esta euforia ajena como un mal presagio. Mi mundo, que hasta ahora me amparaba y me acogía, se ha trastocado, y donde los demás encuentran motivo de alegría, yo solo veo oscuridad. Y no hallo cobijo, sé que para mí no lo hay.
“¡Hemos ganado!”, leo por todas partes, y soy triste porque, a pesar de que los números puedan dar una tregua, un espejismo, todos sabemos que al final de este brío solo nos espera dolor.
Soy triste porque sé que, llegados a este punto, ya nadie es pacífico ni pacifista. La violencia ha bajado del estrado de los parlamentos y nos envuelve, sea contenida, sea desbordada. Y los mensajes no contienen lo que dicen. Todo es propaganda. Somos víctimas de estrategias de dirigentes, unos y otros, obcecados en sus obsesiones. Y no, no hay cobijo.
Soy triste porque desde hace ¡cinco años!, en el pueblo donde vivo las plazas y las calles -y no hablo de los balcones particulares, sino de los espacios que compartimos-, se han ido llenando de banderas y de símbolos, y ya hace tiempo que me pregunto: ¿Cuál será el momento de descolgar toda esta simbología que nos coarta? ¿Cuándo podremos volver a disponer de espacios libres en los que convivir en comunidad?
Soy triste porque ahora unos y otros piden mediadores… ¿Ya saben los mediadores que, cuando ellos se retiren, aquí necesitaremos mucha mercromina?
¿He dicho mucha? Necesitaremos décadas de mercromina.
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