Hoy, en esta esquina del Mediterráneo suave, hemos amanecido en una canícula temprana.
Digamos que aún no toca, pero ella es así, caprichosa. Le gusta aparecer de repente y acongojarnos a todos con la espesura de su calor, que parece que nos falte el aire.
Nos oprime y nos amnesia. Nuestros movimientos de normal apresurados se vuelven vagos y lentos hasta el desánimo. Las comidas frescas. Las cervezas, oro puro.
En las casas, aprendemos a generar caminos con el viento casi inexistente, abriendo aquí y cerrando allá. Aprendemos a reconocer los pasos donde vale la pena demorarse unos segundos más, pues parecía que no, pero corre un airecito que nos da un respiro.
Las noches son de conjura, como un desierto que hay que cruzar para llegar a un mañana que quizás amanezca más relajado.
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A primera hora de la mañana, el mar delante de casa es como un cristal recién despejado, con destellos de sol reflejando en el fondo de arena dorada. Te asomas a la terraza y lo ves ahí, como si la vida no fuera con él… Y te llama.
Los movimientos lentos, también en el agua fresca.
Nunca mejor dicho lo que siento cuando veo el mar una mañanita de verano.
Besitos Anna
Sí, és una meravella, i és curiós que no ens hi acostumem mai, sempre ens impressiona, dia rera dia. 🙂
Mmmm, qué suave escribes 🙂
Lara, un abrazo!
Intentaré releer tus palabras una y otra vez cuando el calor se haga insoportable, a ver si me animo y se me hace más leve 😉
El mar? siempre maravilloso a primera hora de la mañana.
No sé si lo de la canícula tiene arreglo, ni leyendo muuuuy despacio. Solo nos queda eso, fundirnos lentamente. Ufff